24.10.11
Mi hijo... Pega, Muerde y Mucho Más!
LO QUE EMPIEZA SIENDO UN JUEGO INOCENTE: Un pequeña historia: la niña Maria está jugando en el suelo, Cuando su mamá se agacha para sentarse a su lado la pequeña le agarra un mechón de pelo y tira con fuerza... No es la primera vez que hace algo así. A veces, cuando está en sus brazos, Maria le pega en la cara o le muerde los hombros. Y en cierta ocasión hasta le hizo un arañazo en el cuello. Su mamá es paciente y comprensiva, soporta impasible todas las agresiones, aunque le asaltan muchas dudas cada vez que su hija le hace daño. ¿Es normal que sea tan agresiva? ¿Debería comportarme con ella de otro modo?
Adecuando los términos según la edad: “El concepto de agresividad, tal como lo entendemos nosotros los adultos, no se puede aplicar a los niños pequeños. La agresividad supone una intención de dañar al otro y eso no existe a esta edad”,
Pegar y tirar del pelo son comportamientos normales que se dan con bastante frecuencia y que no se deben interpretar como un auténtico “ataque” a la madre, sino más bien como una manera de llamar su atención y, sobretodo, como una incitación al juego. “El niño espera ver la reacción del adulto, provoca la situación para ser espectador: “pego a mamá y observo”, explica la especialista.
Quieren provocarnos y lo consiguen: Curiosamente, son los propios padres los que suelen incitar este juego, a veces casi sin darse cuenta. Poco a poco los pequeños van adquiriendo un mayor control sobre el divertimento y terminan manejando la situación.
El primer día que Maria J. dio un tirón de pelo a su mamá, ésta se tapó la cara con las manos y simuló que se largaba a llorar desconsolada. A los pocos segundos se descubrió el rostro y sonrió a su hija. A la niña le divirtió mucho la actuación. Desde entonces, provoca a su mamá constantemente. En cuanto tiene ocasión vuelve a tirarle el pelo y se queda quieta, mirando, expectante, con los ojos muy abiertos.
Un juego al que hay que poner fin: “En la repetición el niño consigue un goce, un placer. Pero estos juegos tienen que terminar ya que no conducen a nada”. Cuando las agresiones dejan de ser una excepción y se convierten en actos recurrentes y molestos (los tirones de pelo suelen ser especialmente dolorosos), hay que dejar de ser permisivos.
“Si el chico tira permanentemente del pelo, debemos decirle “Basta ya!”. Por una parte, porque todas las cosas tienen un límite. Por otra, porque también debe probar otros juegos. Al frenarlo, se propicia la posibilidad de que investigue en otros caminos, de que pruebe y progrese”.
Para evitar que continúe pegando y tirando del pelo, su mamá no tiene que darle demasiados porqués. El exceso de explicaciones puede denotar que el adulto busca una justificación porque se siente culpable al tener que decir “no”. “Los límites son necesarios y existen normas que no tienen explicación”, puntualiza. A menudo es suficiente con un mensaje simple, directo y escueto, como por ejemplo, “Eso duele”, “No es divertido” o “Me hace mucho daño”.
Es importante ser consecuentes: En un primer momento, a Maria J. puede sorprenderle el inesperado cambio de actitud de su madre. Durante un tiempo, es posible que intente provocarla una y otra vez, tanteando los límites, tratando de comprobar si la prohibición rige de verdad. Por eso, para que entienda bien el mensaje – “Ya no voy a tolerar más que me tires del pelo ni que me pegues”*, es imprescindible que la madre se mantenga firme.
A los chicos no los confunde que los padres les pongan límites ni que lo hagan de repente, pero sí que vacilen en su postura y, por encima de todo, que prohíban o consientan dependiendo de sus estados de ánimo (“Ayer mamá estaba de buen humor y el juego le gustaba, hoy está enojada y le molesta”).
Si una vez que los padres ponen límites, el niño persiste en su actitud, ¿a qué se debe? En opinión de muchos, el hecho de que un chico pegue o tire del pelo a la madre no es, en principio, alarmante. Sin embargo, “cuando ese comportamiento se intensifica y llama la atención por su repetición, es señal de que el niño tiene una sobreexcitación”.
El niño es espejo de la casa: Las agresiones infantiles constantes son actos de descarga. Habría que preguntarse entonces qué es lo que motiva que el niño esté tan alterado. Generalmente, el origen de ese nerviosismo está en el entorno en el que vive el pequeño. “En el niño no hay nada patológico, lo patológico es la situación que vive el pequeño”. Y existen muchas situaciones que pueden generar en él sobreexcitación, desde un ambiente familiar tenso o una vida desordenada y sin horarios.
Morder, una llamada de atención: También debemos hablar de sobreexcitación cuando un niño araña y, sobre todo, cuando muerde. “Morder es el caso más llamativo. Es algo excepcional y, de entrada, es una manifestación que siempre hay que tener en cuenta”. Hay dos situaciones típicas en las que el niño recurre a los mordiscos. Cuando muerde a la madre por amor (pensemos en la expresión que usamos los adultos para manifestar cariño a los niños: “te comería a besos”) y también cuando muerde a un hermanito porque está celoso de él (simbólicamente, lo muerde porque quisiera tragárselo y hacerlo desaparecer).
Lo llamativo no es que el chico ame a su madre o que esté celoso de su hermano, sino su forma de expresarlo. Todos los niños sienten cariño hacia sus padres, pero no todos muerden. “Hay muchas maneras de manifestar ese amor o esos celos, y cabe preguntarse por qué elige ésa.. Cuando un niño pequeño muerde, es señal de que está sobreexcitado”.
Mucho más importante que proponerse eliminar el hábito de morder es solucionar esa tensión que vive el pequeño (si hace falta, con la ayuda de un especialista).
Al hacerse más grandes, pierden interés: Pasará un tiempo hasta que M.J deje de “martirizar” a su madre. Afortunadamente, hacia los tres años, el hábito de pegar suele desaparecer porque los niños se concentran en otras actividades. Por ejemplo, se entretienen imitando a papá y mamá., y muestran más interés en relacionarse con otros chicos.
Mientras, hay que tener calma y mucha paciencia, ya que se trata de algo pasajero. La etapa evolutiva que atraviesan ahora (algunos autores la denominan “los terribles dos años”) es sumamente delicada. A esta edad se enfurecen con facilidad y, como su vocabulario es aún muy limitado, a veces tiene que recurrir a las manos para descargar su rabia.
Cómo reaccionar a sus ataques: No pasa nada si alguna vez el niño pega o tira del pelo a su madre. Si deja de ser ocasional y pasa a ser una conducta cotidiana, hay que tomar medidas:
1.- La madre debe ponerse seria y decir “¡Basta! Eso duele”, cuando su hijo le haga daño.
2.- Si insiste, debe apartarlo enseguida de su lado (si fuera preciso, deberá abandonar la habitación conducir al niño a su cuarto).
3.- La madre tiene que ser consecuente y repetir los pasos anteriores cada vez que el pequeño vuelva a agredirla.
4.- Cuando el chico está enojado o furioso, es mejor esperar a que se haya calmado. Si está nervioso, debe tratar de apaciguarlo. Si llora, necesita consuelo.
Después de unos minutos, y una vez que el niño se haya tranquilizado, es conveniente hacer las paces, por ejemplo, invitándolo a leer juntos un cuento. “Pegar está mal, pero te he perdonado.”
¿Y si el niño no quiere parar? Si el chico pega a todas horas o empieza también a morder, hay que cambiar de estrategia.
Analicemos fríamente la situación. ¿Qué motivos tiene el niño para actuar así? ¿Por qué está tan nervioso? ¿Hay algún problema familiar que lo pueda estar afectando?
Reflexionemos también sobre nuestros malos comportamientos: ¿Solemos recurrir a la cachetada cuando se porta mal? ¿Le pegamos en la boca cuando muerde? ¿Le damos en la mano cuando pega? Si es así, no le estamos dando un buen ejemplo.
Cuando los ataques son insistentes y no se vislumbran los motivos, no está de más solicitar la opinión de un psicólogo de niños.
Por qué hay que frenar al niño que golpea. Y por qué se debe hacer cuanto antes.
Hay muchas razones por las que no debemos seguir tolerando sus agresiones. Entre otras:
1.- Porque, con el tiempo, estas actitudes pueden terminar convirtiéndose en una mala costumbre, difícil de erradicar.
2.- Porque, desde pequeños, los chicos deben aprender a respetar una regla básica imprescindible para la buena convivencia: no hacer daño a los demás.
3.- Porque, si el chico puede pegar en casa, también lo hará fuera de ella. Y eso será un obstáculo en su relación con otros niños de su edad (el grupo suele rechazar y dejar a un lado al que pega).
4.- Porque los niños necesitan límites a los que atenerse. Cuando nadie se los impone de pequeños, es difícil que aprendan a soportar las frustraciones y que los demás los contraríen.
Dr Pedro Barreda
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Desde Venezuela, saludos...he leído con sumo interés su post, y me parece que el tema ha sido tratado con la importancia que requiere en función a la convivencia social. Muchos suponen que disciplinar al niño es contraproducente, haciendo de la permisividad la regla que guía la crianza de los niños; a largo plazo, esa permisividad se torna dañina hasta en el orden social, manifestándose en conducta violenta. Con la venia de ustedes, lo publicaremos para su difusión en nuestro blog,
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