La literatura para niños en España está condicionada por el desigual proceso que han seguido las cuatro lenguas existentes en el país.
El catalán y el castellano cuentan con literatura escrita ininterrumpida desde la edad media hasta a nuestros días. El euskera y el gallego, en cambio, han seguido procesos más irregulares, con la fijación de la norma escrita a finales del siglo xx; y cada uno con sus matices, ya que la lengua oral vasca se fijaba por primera vez pese a una cierta tradición escrita, mientras que el gallego actualizaba una lengua escrita que contaba con tradición literaria en diversas etapas de su evolución.
Tal vez resulte curioso destacar que el primer libro europeo sobre educación infantil apareció en lengua catalana: la Doctrina pueril, dedicada por Ramon Llull a su hijo en 1282. Sin duda, la obra no puede calificarse de lectura infantil, aunque otros textos del mismo autor, como El llibre de les bèsties, sí que se unen al conjunto de obras de literatura escrita accesibles a los niños a lo largo de los siglos posteriores hasta que, ya llegados al siglo xix, empezó a producirse un corpus de lecturas específicamente dirigidas a la población infantil, una población inmersa por entonces en un lento proceso de escolarización obligatoria en castellano que no se consolidó hasta el siglo xx.
En este corpus incipiente aparecieron las muestras propias de cualquier literatura infantil en esta etapa: obras pedagógicas destinadas a la infancia con algún atisbo de interés literario; isopetes y abecedarios provenientes de la lectura escolar; publicación de aleluyas y otras formas populares; traspaso de las obras de recopilación filológica de la tradición oral a los destinatarios infantiles; autores de literatura adulta que escribieron algunos cuentos u obras de teatro aisladas, como Fernán Caballero; inicio de las traducciones de literatura infantil, como los cuentos de Perrault introducidos por Josep Coll i Vehí en 1862; fundación de las primeras revistas infantiles didácticas y de entretenimiento, desde la precursora Gaceta de los Niños en 1798, hasta crecientes iniciativas de periódicos y revistas realizadas a imitación de la prensa infantil francesa de la época; etcétera.
Construir la modernidad en el siglo xx
Hacia finales del siglo xix, empezó a desarrollarse en España un mercado editorial más emprendedor. En 1884, Saturnino Calleja inició la publicación de cuentos infantiles en Madrid, con el propósito de hacer asequibles y atractivos los cuentos y libros escolares para niños. A través de las colecciones de su editorial se difundieron los cuentos de Grimm, Andersen y Perrault y se importó el italiano Giannetto de Parravicini, convertido en el Juanito castellano. También tuvieron referente italiano las imaginativas andanzas del muñeco Pinocho publicadas a partir de 1917 por Salvador Bartolozzi, director del Teatro de Guiñol de la Comedia y el primer autor que puede considerarse propiamente de literatura infantil. Del éxito de público da cuenta la creación de la frase popular “tienes más cuento que Calleja”. La obra pionera de Calleja se asemeja a la de Newbery en el nacimiento de la literatura infantil inglesa en el siglo xvii, o a la paralela de otros editores en España, como el vasco Isaac López de Mendizábal. También en el País Vasco destaca la obra precursora del ilustrador Zabalo Ballarin “Txiki”, así como la creación de la revista Teles eta Miko en 1918 para el inicio de la historieta gráfica.
Sin embargo, fue en Barcelona, con la fundación de una editorial infantil ya en 1852, donde más desarrollo tuvo la industria editorial de libros infantiles del primer tercio del siglo. La producción se realizaba tanto en catalán como en castellano, con una importante exportación a Iberoamérica. La creación de esta infraestructura editorial y los avances técnicos, como la importación a España de la maquinaria en offset en 1916, permitieron un nuevo tipo de libros, más baratos e ilustrados, que respondieron a la extensión de la demanda generada por la escolarización. Un ejemplo de esta ampliación fue la revista catalana Patufet. Fundada en 1904, solo dejó de publicarse por fuerza mayor en 1938, alcanzando una tirada media de 60.000 ejemplares; todo un fenómeno de continuidad y público en una sociedad no bien alfabetizada y solo escolarizada en catalán en efímeros períodos políticos. En ella colaboró asiduamente Josep Maria Folch i Torres, el autor más prolífico y popular de la literatura infantil catalana de la primera mitad del siglo, con obras como Les aventures extraordinàries d’en Massagran (1910), ilustradas por Joan Junceda, otro de los colaboradores habituales de la revista.
Pero para el desarrollo de una literatura infantil de calidad el factor más influyente fue la modernización de las ideas educativas, especialmente impulsadas en España por la Institución Libre de Enseñanza, una entidad inspirada en las ideas krausistas y creada en Madrid en 1876. Sus criterios educativos caracterizaron las corrientes educativas renovadoras en el paso del siglo xix al xx y condujeron a la apuesta por una literatura capaz de contribuir al desarrollo integral de los niños con planteamientos estéticos exigentes (Sotomayor, 1992).
La modernización preconizada se correspondía con el proyecto sociocultural que se gestaba en la Cataluña industrializada y halló eco en las élites sociales catalanas. Así, mientras en la literatura infantil castellana el estudioso Jaime García Padrino señala que: “En los primeros treinta años del siglo xx, la promoción y difusión de las creaciones infantiles careció de una labor sistemática, institucionalizada o regularizada” (García Padrino, 1992: 151), la especialista en literatura infantil catalana Teresa Rovira halla como condicionante positivo que “las realizaciones del catalanismo político, cumplen una tarea de producción y, sobre todo, de difusión del libro para niños. En la tarea de construir una nueva cultura y una nueva sociedad, la formación del niño era considerada básica. La preocupación por la pedagogía conduce a un movimiento de renovación que crea la necesidad de unos libros, no solo escolares, sino también de esparcimiento, para complementar la obra de la escuela” (Rovira, 2002: 18).
TERESA COLOMER, para el articulo completo
http://www.ibby.org/fileadmin/template/main/bookbird_specialissue/BB_Spanish_July_Art2_Castellano_Rev.7-07.pdf
Que bonito articulo y gracias por la informacion.
ResponderBorrarJ. Murcia
Vale!
ResponderBorrarVale?
ResponderBorraresto de verdad vale y no son pamplinas,