16.11.13

Mi hijo le tiene mucho miedo al doctor: causas y soluciones



Es difícil encontrar niños que no tengan miedo a nada. Los temores son habituales y muchos de ellos, aunque cada niño es diferente, son generales. Uno de ellos es el miedo a los médicos, agujas y hospitales. Por suerte, suele disminuir con la edad y puede ser controlado con la ayuda de los padres, médicos y personal sanitario.
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La sensación de inseguridad ante una situación desconocida, el contacto con personas extrañas que invaden su espacio vital y unos procedimientos que en algunos casos son dolorosos y que en otros incluso requieren que se separe de su madre (hospitalizaciones, radiografías, etc.) son los ingredientes de un cóctel que, mezclado con su gran imaginación, contribuye a que el niño perciba el ámbito médico como una amenaza a su bienestar. El miedo a los médicos y hospitales es evolutivamente comprensible y frecuente en los niños de corta edad, sobre todo alrededor de los 5-6 años, pero de él no están exentos ni adolescentes ni muchos adultos.

El origen del miedo


Hay varios motivos que pueden explicar el miedo: la ansiedad de la separación y la ansiedad frente a los desconocidos son temores normales que denotan un vínculo saludable con la madre o cuidador primario y que influyen claramente en las situaciones médicas. Pero a estos temores propios de la edad, se suele añadir también una información insuficiente o imprecisa. El niño tiene una percepción limitada del mundo y todo lo que no entiende o desconoce puede ser una fuente de desconfianza. 

En otras ocasiones, ha podido mediar alguna experiencia traumática, como un accidente, una mala práctica médica o un estado de salud delicado con un historial doloroso. Incluso un miedo adquirido de otras personas. Los niños captan fácilmente los temores de sus padres, y no los ayuda en absoluto ver cómo los adultos en los que confían recelan de las decisiones médicas y flaquean, sufren y dudan ante el llanto infantil. 

El propio miedo de los padres atemoriza a los niños. Otras veces, los adultos gastan bromas entorno al mundo médico-hospitalario o utilizan “amenazas” para que sus hijos se comporten como ellos desean: “si no comes, le digo al doctor que te ponga una inyección”. Pero realmente es un recurso educativo inadecuado, ya que, aunque funciona al momento, porque el niño trata de evitar a toda costa la situación que le asusta, a la larga le puede provocar miedos gratuitos o infundados. 

Su imaginación desbordante también le juega malas pasadas, y hechos sin importancia pueden adquirir proporciones exageradas en su pensamiento y provocarle una gran angustia. Del mismo modo, hay que tener en cuenta las situaciones emocionales especiales, como los desajustes familiares (discusiones o separación de los padres, viaje prolongado de uno de ellos, nacimiento de un hermano, muerte de un familiar, etc.).

Cómo prepararle


Muchos padres, con su mejor intención, con tal de ahorrarle un berrinche, llevan al niño al médico “engañado”. Puede que esté ajeno a la situación hasta el momento de entrar en la consulta, pero esta forma de actuar no le ayuda a vencer su miedo, solamente le confunde, hace que se sienta traicionado, le provoca desconfianza hacia el adulto y puede crearle ansiedad cuando, en el futuro, vaya a otros lugares. Es conveniente que se le explique el motivo de la consulta (revisiones, pruebas médicas u hospitalizaciones), el procedimiento que se seguirá, quién lo llevará a cabo, qué instrumental utilizará, si va a ser doloroso o incómodo y si va a necesitar un tiempo de convalecencia. Proporcionarle información permitirá que el niño se prepare, incluso se pueden conseguir actitudes cooperativas, como, por ejemplo, sujetar el instrumental.

Dentistas, inyecciones…


La visita al dentista, las inyecciones, un análisis de sangre… Aunque la preparación y la información con cierto tiempo es necesaria siempre, en estos casos, el niño no necesita saberlo una semana antes para que la aprensión no le bloquee; un día de antelación será suficiente para que se mentalice. Es importante hacerle ver también la utilidad de la prueba y que la decisión de realizarla no está en sus manos. Para que el niño tenga alguna sensación de control se le pueden ofrecer pequeñas opciones, como elegir el brazo en el que quiere ser pinchado o por quién quiere ser acompañado. 

Algunos médicos consideran que el niño se muestra más colaborador si sus progenitores no están presentes, pero los niños necesitan estar con los padres durante las experiencias nuevas y en los momentos de estrés. Precisamente las prácticas dentales y las agujas asustan porque suelen ser experiencias nuevas o poco frecuentes y normalmente implican dolor y/o malestar físico. Hay que procurar a toda costa permanecer a su lado, pero a cambio tendremos que estar seguros de que mantendremos la calma.

Hospitalizaciones y cirugías


Cuando se trata de una urgencia, lo más probable es que los propios padres desconozcan los procedimientos que se le van a aplicar, y en estas condiciones, el niño, que no entiende la situación, seguramente se niegue a colaborar y haya incluso que utilizar la fuerza (no la violencia) para poderle realizar las pruebas. Ante este panorama se le explicará cuanto sea posible lo que ocurre, se permanecerá a su lado todo el tiempo que esté permitido y se acariciará y abrazará al niño lo más posible, sobre todo en los momentos de dolor físico, para darle seguridad. 

El paciente adecuadamente preparado está menos angustiado, tiene menos dolores y su recuperación es más rápida. En cualquier caso, hay que transmitir al niño la idea de que la hospitalización o la cirugía es necesaria para curarse o arreglar su problema, que no es un castigo y que su cuerpo no sufrirá ninguna desfiguración o lesión, evitando en lo posible un lenguaje intimidante (rajar,coser). Asimismo se le pueden mencionar las ventajas de los calmantes y de la anestesia para combatir el dolor, pero que una vez finalizada la operación se despertará. Tampoco está de más llevarle algún juguete u objeto habitual en su vida diaria (peluche, mantita, libro, etc.) para que tenga la sensación de tener “un trocito de su casa”.

El médico también influye


El modo en que el médico trata al niño también es decisivo. Cuando el niño acude a una consulta, generalmente lo hace con cierto grado de ansiedad y los síntomas somáticos y psicológicos se entremezclan. Pero si el pediatra, estomatólogo, radiólogo… adecua su ritmo del trabajo a la disponibilidad del niño, tiene para él palabras tranquilizadoras, seguramente conseguirá que la tensión inicial se apacigüe y que el niño incluso se muestre colaborador. La relación humana médico-niño-padres es fundamental para prevenir el miedo del niño y hacer un diagnóstico adecuado.

Información a su medida


Lógicamente, la información ha de ser adecuada a la edad y al nivel madurativo del niño. * Entre los 2 y 3 años, una explicación sencilla de lo que va a ocurrir y por qué, no con demasiada antelación, es suficiente. Y si se pueden evitar expresiones como “no tengas miedo” y “no te va a doler”, mejor. Estas palabras le confirman que sin duda hay algo que temer. * A partir de los 3 años, ya se le pueden dar más detalles. Viene bien utilizar cuentos, láminas y juegos de simulación para que se vaya haciendo a la idea. La antelación para comunicárselo depende de si es una revisión rutinaria o una hospitalización. En el caso de una cirugía, una semana es suficiente para que los niños de 4 años o mayores planteen sus dudas. * A partir de los 7 años y hasta la adolescencia, les harán falta como mínimo 2 ó 3 semanas.

Estrategias para superar el miedo


Previo aviso. Decirle la verdad con antelación, utilizando un lenguaje comprensible y tranquilizador para él. Si no tenemos información suficiente (amígdalas, hernias, fimosis…), hay que pedírsela al médico para que podamos transmitírsela al niño y aclarar todas sus dudas. Mostrar comprensión. Mantener una actitud de escucha y tomarse el tiempo necesario para que el niño hable de sus temores, podamos tranquilizarlo y corregir sus ideas erróneas, evitando regañarlo, ridiculizarlo o hacer bromas sobre ello. En su justa medida. 

Tratar de comprenderle pero sin reaccionar de forma exagerada. El niño puede ver en ello más atención y concesiones de las normales y reforzar accidentalmente los temores. Abordar los miedos conjuntamente. Permanecer en lo posible a su lado y coger su mano le dará seguridad y confianza. En separaciones inevitables (radiografías, cirugías, etc.), el niño ha de saber que estaremos muy cerca y que nos reuniremos con él en cuanto sea posible. Mantenerse tranquilos. Si estamos calmados y no interferimos en el quehacer del médico, seremos más útiles. Si no es así, es mejor buscar a una persona cercana al niño en la que él pueda apoyarse emocionalmente. 

Practicar técnicas útiles. Ensayar en casa formas de mantener el control, como respirar profundamente, relajarse pensando en cosas placenteras, contar, mantener charlas optimistas, dibujar o llevar a cabo juegos simulados, le proporcionarán al niño estrategias que le ayudarán a reducir sus miedos. Elogiar sus progresos. Hay que celebrar con él su comportamiento positivo durante la temida experiencia. Para la próxima vez, le ayudará recordar cuáles han sido las estrategias que le han ayudado a estar más tranquilo. Liberar sentimientos. 

Es necesario permitirle descargar sus emociones. Cada uno puede reaccionar de forma diferente (llanto, enfado. El niño ha vivido algo que le ha asustado, le ha causado dolor, le ha restringido su movilidad… y necesita desahogarse para superarlo.
Virginia González. Psicóloga

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