Es
difícil encontrar niños que no tengan miedo a nada. Los temores son habituales y
muchos de ellos, aunque cada niño es diferente, son generales. Uno de ellos es
el miedo a los médicos, agujas y hospitales. Por suerte, suele disminuir con la
edad y puede ser controlado con la ayuda de los padres, médicos y personal
sanitario.
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La
sensación de inseguridad ante una situación desconocida, el contacto con
personas extrañas que invaden su espacio vital y unos procedimientos que en
algunos casos son dolorosos y que en otros incluso requieren que se separe de su
madre (hospitalizaciones, radiografías, etc.) son los ingredientes de un cóctel
que, mezclado con su gran imaginación, contribuye a que el niño perciba el
ámbito médico como una amenaza a su bienestar. El miedo a los médicos y
hospitales es evolutivamente comprensible y frecuente en los niños de corta
edad, sobre todo alrededor de los 5-6 años, pero de él no están exentos ni
adolescentes ni muchos adultos.
El origen del miedo
Hay varios
motivos que pueden explicar el miedo: la ansiedad de la separación y la ansiedad
frente a los desconocidos son temores normales que denotan un vínculo saludable
con la madre o cuidador primario y que influyen claramente en las situaciones
médicas. Pero a estos temores propios de la edad, se suele añadir también una
información insuficiente o imprecisa. El niño tiene una percepción limitada del
mundo y todo lo que no entiende o desconoce puede ser una fuente de
desconfianza.
En otras
ocasiones, ha podido mediar alguna experiencia traumática, como un accidente,
una mala práctica médica o un estado de salud delicado con un historial
doloroso. Incluso un miedo adquirido de otras personas. Los niños captan
fácilmente los temores de sus padres, y no los ayuda en absoluto ver cómo los
adultos en los que confían recelan de las decisiones médicas y flaquean, sufren
y dudan ante el llanto infantil.
El propio
miedo de los padres atemoriza a los niños. Otras veces, los adultos gastan
bromas entorno al mundo médico-hospitalario o utilizan “amenazas” para que sus
hijos se comporten como ellos desean: “si no comes, le digo al doctor que te
ponga una inyección”. Pero realmente es un recurso educativo inadecuado, ya que,
aunque funciona al momento, porque el niño trata de evitar a toda costa la
situación que le asusta, a la larga le puede provocar miedos gratuitos o
infundados.
Su
imaginación desbordante también le juega malas pasadas, y hechos sin importancia
pueden adquirir proporciones exageradas en su pensamiento y provocarle una gran
angustia. Del mismo modo, hay que tener en cuenta las situaciones emocionales
especiales, como los desajustes familiares (discusiones o separación de los
padres, viaje prolongado de uno de ellos, nacimiento de un hermano, muerte de un
familiar, etc.).
Cómo prepararle
Muchos
padres, con su mejor intención, con tal de ahorrarle un berrinche, llevan al
niño al médico “engañado”. Puede que esté ajeno a la situación hasta el momento
de entrar en la consulta, pero esta forma de actuar no le ayuda a vencer su
miedo, solamente le confunde, hace que se sienta traicionado, le provoca
desconfianza hacia el adulto y puede crearle ansiedad cuando, en el futuro, vaya
a otros lugares. Es conveniente que se le explique el motivo de la consulta
(revisiones, pruebas médicas u hospitalizaciones), el procedimiento que se
seguirá, quién lo llevará a cabo, qué instrumental utilizará, si va a ser
doloroso o incómodo y si va a necesitar un tiempo de convalecencia.
Proporcionarle información permitirá que el niño se prepare, incluso se pueden
conseguir actitudes cooperativas, como, por ejemplo, sujetar el
instrumental.
Dentistas, inyecciones…
La visita
al dentista, las inyecciones, un análisis de sangre… Aunque la preparación y la
información con cierto tiempo es necesaria siempre, en estos casos, el niño no
necesita saberlo una semana antes para que la aprensión no le bloquee; un día de
antelación será suficiente para que se mentalice. Es importante hacerle ver
también la utilidad de la prueba y que la decisión de realizarla no está en sus
manos. Para que el niño tenga alguna sensación de control se le pueden ofrecer
pequeñas opciones, como elegir el brazo en el que quiere ser pinchado o por
quién quiere ser acompañado.
Algunos
médicos consideran que el niño se muestra más colaborador si sus progenitores no
están presentes, pero los niños necesitan estar con los padres durante las
experiencias nuevas y en los momentos de estrés. Precisamente las prácticas
dentales y las agujas asustan porque suelen ser experiencias nuevas o poco
frecuentes y normalmente implican dolor y/o malestar físico. Hay que procurar a
toda costa permanecer a su lado, pero a cambio tendremos que estar seguros de
que mantendremos la calma.
Hospitalizaciones y cirugías
Cuando se
trata de una urgencia, lo más probable es que los propios padres desconozcan los
procedimientos que se le van a aplicar, y en estas condiciones, el niño, que no
entiende la situación, seguramente se niegue a colaborar y haya incluso que
utilizar la fuerza (no la violencia) para poderle realizar las pruebas. Ante
este panorama se le explicará cuanto sea posible lo que ocurre, se permanecerá a
su lado todo el tiempo que esté permitido y se acariciará y abrazará al niño lo
más posible, sobre todo en los momentos de dolor físico, para darle
seguridad.
El
paciente adecuadamente preparado está menos angustiado, tiene menos dolores y su
recuperación es más rápida. En cualquier caso, hay que transmitir al niño la
idea de que la hospitalización o la cirugía es necesaria para curarse o arreglar
su problema, que no es un castigo y que su cuerpo no sufrirá ninguna
desfiguración o lesión, evitando en lo posible un lenguaje intimidante
(rajar,coser). Asimismo se le pueden mencionar las ventajas de los calmantes y
de la anestesia para combatir el dolor, pero que una vez finalizada la operación
se despertará. Tampoco está de más llevarle algún juguete u objeto habitual en
su vida diaria (peluche, mantita, libro, etc.) para que tenga la sensación de
tener “un trocito de su casa”.
El médico también influye
El modo en
que el médico trata al niño también es decisivo. Cuando el niño acude a una
consulta, generalmente lo hace con cierto grado de ansiedad y los síntomas
somáticos y psicológicos se entremezclan. Pero si el pediatra, estomatólogo,
radiólogo… adecua su ritmo del trabajo a la disponibilidad del niño, tiene para
él palabras tranquilizadoras, seguramente conseguirá que la tensión inicial se
apacigüe y que el niño incluso se muestre colaborador. La relación humana
médico-niño-padres es fundamental para prevenir el miedo del niño y hacer un
diagnóstico adecuado.
Información a su medida
Lógicamente, la información ha de ser
adecuada a la edad y al nivel madurativo del niño. * Entre los 2 y 3 años, una
explicación sencilla de lo que va a ocurrir y por qué, no con demasiada
antelación, es suficiente. Y si se pueden evitar expresiones como “no tengas
miedo” y “no te va a doler”, mejor. Estas palabras le confirman que sin duda hay
algo que temer. * A partir de los 3 años, ya se le pueden dar más detalles.
Viene bien utilizar cuentos, láminas y juegos de simulación para que se vaya
haciendo a la idea. La antelación para comunicárselo depende de si es una
revisión rutinaria o una hospitalización. En el caso de una cirugía, una semana
es suficiente para que los niños de 4 años o mayores planteen sus dudas. * A
partir de los 7 años y hasta la adolescencia, les harán falta como mínimo 2 ó 3
semanas.
Estrategias para superar el miedo
Previo
aviso. Decirle la verdad con antelación, utilizando un lenguaje comprensible y
tranquilizador para él. Si no tenemos información suficiente (amígdalas,
hernias, fimosis…), hay que pedírsela al médico para que podamos transmitírsela
al niño y aclarar todas sus dudas. Mostrar comprensión. Mantener una actitud de
escucha y tomarse el tiempo necesario para que el niño hable de sus temores,
podamos tranquilizarlo y corregir sus ideas erróneas, evitando regañarlo,
ridiculizarlo o hacer bromas sobre ello. En su justa
medida.
Tratar de
comprenderle pero sin reaccionar de forma exagerada. El niño puede ver en ello
más atención y concesiones de las normales y reforzar accidentalmente los
temores. Abordar los miedos conjuntamente. Permanecer en lo posible a su lado y
coger su mano le dará seguridad y confianza. En separaciones inevitables
(radiografías, cirugías, etc.), el niño ha de saber que estaremos muy cerca y
que nos reuniremos con él en cuanto sea posible. Mantenerse tranquilos. Si
estamos calmados y no interferimos en el quehacer del médico, seremos más
útiles. Si no es así, es mejor buscar a una persona cercana al niño en la que él
pueda apoyarse emocionalmente.
Practicar
técnicas útiles. Ensayar en casa formas de mantener el control, como respirar
profundamente, relajarse pensando en cosas placenteras, contar, mantener charlas
optimistas, dibujar o llevar a cabo juegos simulados, le proporcionarán al niño
estrategias que le ayudarán a reducir sus miedos. Elogiar sus progresos. Hay que
celebrar con él su comportamiento positivo durante la temida experiencia. Para
la próxima vez, le ayudará recordar cuáles han sido las estrategias que le han
ayudado a estar más tranquilo. Liberar sentimientos.
Es
necesario permitirle descargar sus emociones. Cada uno puede reaccionar de forma
diferente (llanto, enfado. El niño ha vivido algo que le ha asustado, le ha
causado dolor, le ha restringido su movilidad… y necesita desahogarse para
superarlo.
Virginia González.
Psicóloga
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