Los padres nunca se van a escapar de la etapa de groserías y patanerías
de los niños, tan normal en sus ciclos de formación. Sin embargo, usted tiene
la obligación de ejercer un control, con el fin de evitar consecuencias
mayores.
El desafío y la oposición son las primeras conductas de desarrollo
social que presentan los niños desde los 10 meses de edad: quieren llevarle la
contraria al adulto, hacen pataletas y desean ser el centro de atención en
todos los lugares.
Según el siquiatra infantil Álvaro Franco Zuluaga, estos comportamientos
los manifiestan haciendo pucheros, mala cara y con agresividad y, en extremo,
patean y levantan la mano. “Esta etapa es normal, porque están demostrando que
ya se dieron cuenta de que son distintos a los padres. Lo más importante en
este caso es realizar un control de autoridad explicándole a los menores la
razón”, señala Franco.
Estas conductas podrían afectar el desempeño funcional de la familia si
no se toman las medidas necesarias. Para evitar los inconvenientes, los padres
deben comprender que todas las personas pasamos por una etapa de crecimiento y
desarrollo, en las cuales se resaltan varios factores que, aunque parezcan
anormales, no lo son, pero que deben ser controlados por los adultos.
Es el caso de la etapa de “los terribles 2 años”, la cual se caracteriza
por las conductas de patanería y groserías. El siquiatra infantil Christian
Muñoz explica que a esta edad los niños están malacostumbrados a que el mundo
gire en torno a ellos y, cuando los padres entran a ejercer control, los
menores no quieren soltar los privilegios que tenían, por lo que acuden a ese
tipo de comportamientos.
“Esta etapa puede presentarse desde el primer año de vida y dura,
generalmente, hasta los 3. Después de esta edad se espera que esas conductas
desaparezcan”.
Pero para que suceda es necesario que el infante esté apoyado y
acompañado en el proceso de formación. Por ende, son importantes los parámetros
de control y los límites que los padres adopten.
Sin celebraciones
Las groserías las incorpora un niño tan pronto se adquiere el lenguaje,
sobre todo cuando ingresan al jardín. A los 3 años el niño las utiliza por
imitación, es decir, las dice pero no sabe qué significan. Esta etapa, tan
normal para ellos, se denomina anal, porque son dados a pronunciar palabras
como popó, chichí o caca. La actuación de los padres debe ser tan discreta como
suelen hacer sus hijos al pronunciar esas palabras: no se deben sorprender ni
hacer escándalo, porque hace parte de su desarrollo.
A partir de los 4 y hasta los 6 años los niños pasan por otra etapa, que
es conocida como descalificación. Dicen palabras como bobo y tonto, y los
padres deben explicarles que no se deben decir, porque lastiman a la otra
persona. El motivo por el cual no es conveniente reírse ni molestarse, es
porque el niño se dará cuenta de que puede manipular al adulto con esas
actitudes.
Pero antes de corregir, lo primordial es averiguar en qué lugar
aprendieron el vocabulario. Cuando las dicen, inicialmente deben ignorar al
menor, pero tienen que hablar en el jardín o en otro lugar que el niño visite,
porque las groserías se aprenden, por lo general, en un fenómeno grupal.
“Los niños las aprenden porque las escuchan y las asocian con
agresividad. Por ejemplo, cuando ven que el papá insulta a la mamá o viceversa,
lo que hace el pequeño es que si se le presenta un problema en el colegio trate
de resolverlo con la misma agresividad que vio en casa”, afirma el especialista
Álvaro Franco.
Estas conductas se consideran anormales cuando son permanentes o cuando
el menor las hace o las dice en un ámbito diferente a los normales. Por
ejemplo: lo llevan a misa y grita, para que la gente se dé cuenta dé que él
existe.
Cuando aprenden fuera de casa
Si las palabras groseras nunca se las ha escuchado a sus padres y las
aprenden en el jardín o en la casa de un familiar, los progenitores no deben
prohibirle que visite esos lugares. La solución es hablar con el pequeño y
preguntarle donde aprendió esa palabra, para intervenir y mejorar el conflicto.
El problema no es que el niño diga groserías, pues vive una etapa en la
que aprender malas palabras es usual. Sin embargo, el hecho de que lo haga
puede indicar que el menor tiene la necesidad de llamar la atención, un niño
que está triste o deprimido y que busque de alguna forma generar importancia,
agresividad, que está siendo objeto de maltrato en el jardín o en otro lugar.
“Acá lo importante no es censurar, sino comprender cuál es la razón que
origina este tipo de comportamiento y hacer un control inmediato para evitar
posibles consecuencias”, indica el especialista Muñoz. Las groserías pueden ir
acompañadas de conductas agresivas como pegar, empujar o escupir. Antes de que
el niño llegue a estos extremos, los padres deben poner límites con autoridad y
si se les sale de las manos, acudir a un especialista de confianza.
Los padres: ejemplo y modelo
Lo primero que deben saber los padres es que esas actitudes deben
esperarlas y soportarlas. Segundo, contextualizarlas con la edad y el
desarrollo sicológico del menor. “Saber que las conductas se van a presentar,
ayuda a que los padres no se sobreactúen y no terminen cediendo en estos
comportamientos de sus hijos”, señala el siquiatra infantil Christian Muñoz.
Para lograrlo se requiere de un trabajo en equipo entre los padres y que
las conductas y los límites sean idénticos. Al no ser similares, los niños se
percatan de esto y entran a manipular.
Es importante que en la crianza de los hijos solo intervengan los
padres, porque cuando lo hacen los abuelos, el niño comienza a desobedecer las
órdenes.
Cuando los niños estén a cargo de otra persona, mientras sus padres
trabajan, deben dejar muy claro al tercero las rutinas y los límites que tienen
con sus hijos, para que el niño siempre tenga un control idéntico en sus
actuaciones cotidianas sin importar su acompañante.
Abc del bebe
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tus opiniones y comentarios